Reformas para todos, límites para algunos

Ya es una regla esencial en la promoción de las reformas hegemónicas recurrir al alarmismo político amparado en la inmediatez. La desesperación de los comentaristas —que alimentan el apetito impulsivo de quienes están más interesados en la retribución vengativa de un sector mayoritario de la sociedad que en la correcta implementación y posterior mejora de nuestras leyes e instituciones— sorprende por su actuar descuidado y frenético. Irresponsable.

«Ya es una regla esencial en la promoción de las reformas hegemónicas recurrir al alarmismo político amparado en la inmediatez»

No muy novedosa, pero sí presentada como necesaria, se perfila la continuación de una reestructuración —que se presume bondadosa— dirigida a los tres poderes del Estado. Llámese continuidad de un proyecto político firmado por el expresidente o imposición de un nuevo sello ejecutivo; lo cierto es que, al igual que la fatídica reforma judicial —que, dicho sea de paso, no ha sido ni por asomo tan destructiva como se presagió, aunque tampoco pueden ignorarse sus evidentes problemáticas—, el resultado de la votación parece, desde ahora, adivinarse.

«El resultado de la votación parece, desde ahora, adivinarse»

Muchas de las incertidumbres actuales nacen de una coercitiva falta de valor para señalar una conducta atribuible casi exclusivamente a un deficiente trabajo de oposición. Sería infantil —e incluso desmoralizante— asumir que la hegemonía aprenderá a autorregularse por voluntad propia o que el poder, una vez concentrado, se impondrá límites a sí mismo.

El éxito propagandístico solo puede explicarse por una formulación eficaz de problemas reales —aunque no plenamente resueltos— como la corrupción en el Poder Judicial, argumento central con el que se promovió el llamado “cambio”. Basta con que la narrativa alivie, aunque sea de manera momentánea, un malestar social acumulado. La pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo será suficiente ese alivio?

Es esta urgencia moral, con la que se logra el respaldo masivo a narrativas de corte populista, el más eficaz de los argumentos. ¿Quién no estaría a favor de recortar el presupuesto a los partidos políticos? ¿Quién se opondría a una supuesta “modernización del sistema”? ¿Quién rechazaría, en abstracto, las demandas ciudadanas? Las propuestas son atractivas, sin duda. ¿Necesarias? También. Pero la necesidad no exime del escrutinio, ni la popularidad sustituye a la responsabilidad institucional.


«Basta con que la narrativa alivie, aunque sea de manera momentánea, un malestar social acumulado»

Yo me pregunto, ¿cuándo alcanzará ese impulso reformador al ejecutivo? Los controles, las regularizaciones y las críticas a las abusivas facultades meta-constitucionales no quedaron ni por asomo superadas. El corporativismo partidista nunca se fue, no realmente, el hambre de control está enquistado en el subconsciente del mexicano como el flamante caudillismo. Siguen ahí, listos para emerger.


«¿Cuándo alcanzará ese impulso reformador al Ejecutivo?»

La responsabilidad recae en la oposición, que se encuentra en el punto más débil; susceptible al continuo escarmiento público e incapaz de levantarse para denunciar, invalidada para criticar, lenta para actuar y enclenque para defender.

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